Luis Dall’Aglio
Director de la Consultora DELFOS

Desde siempre, la tendencia es evaluar los primeros 100 días de cada gestión, en el convencimiento de que ese tiempo de “luna de miel” determinará el futuro vínculo con sus votantes.

Pero, en realidad, es el primer año de gestión el que parece marcar a los períodos presidenciales, al menos a los que se sucedieron en los últimos 20 años de democracia. Particularmente, en la suerte con la que corren para las elecciones legislativas de medio término o la posibilidad de dar continuidad al mismo signo político en el poder.

Esta conclusión surge de un análisis de datos históricos de encuestas realizadas bajo la misma metodología en la ciudad de Córdoba por la Consultora Delfos, durante los mandatos de Carlos Menem, Fernando De la Rúa, Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Mauricio Macri. En todos los casos, se utilizaron muestras probabilísticas, polietápicas por conglomerados poblacionales, entre vecinos mayores de 18 años y contacto domiciliario.

El primer dato a destacar es que, cuando la evaluación de gestión de su primer año de gobierno no superó los 40 puntos de opinión positiva, los oficialismos perdieron o lograron una escasa primera mayoría en los comicios de medio término o de recambio presidencial siguientes. Cristina Fernández, quien marcó ese guarismo (40%) en diciembre de 2011, vio cómo su fuerza fue derrotada en Provincia de Buenos Aires y obtuvo un magro 33,6% en 2013. Peor suerte corrieron Carlos Menem y Fernando de la Rúa, quienes en diciembre de 1996 y diciembre de 2000 obtuvieron 13 por ciento de opiniones favorables, respectivamente, y perdieron las elecciones.
En cambio, este comportamiento no se dio en las elecciones de medio término de 2005, cuando el Frente para la Victoria obtuvo el 40 por ciento de los votos, precisamente porque Néstor Kirchner había marcado el valor más alto del período analizado: cerró en mayo de 2004 (había asumido el 25 de mayo de 2003) con un 47 por ciento de imagen positiva.

Primer año presidentes finaaaal

Complicado

Si esta teoría se confirma, Mauricio Macri tendrá problemas para imponerse en los comicios de octubre de este año, ya que su Gobierno terminó diciembre de 2016 con sólo el 36 por ciento de opiniones favorables en Córdoba, el distrito en el que más votos recogió como candidato a presidente (más del 70% en el ballotage ). Los datos muestran que hoy su imagen positiva está en un orden de magnitud de la mitad del acompañamiento que tuvo en la segunda vuelta.

Este análisis toma como única referencia las opiniones positivas o negativas sobre un gobierno; es decir, los juicios de valor que ponen en juego las sociedades a la hora de analizar un proceso político que involucra resultados, comportamientos públicos del gobernante, sistema de prioridades y valores, que construyen identificación política.

De seguro, también tienen mucho que ver los contextos sociales, económicos y políticos en los que se desenvuelven esos gobiernos, y que tienden a significar de manera determinante cada momento. Sobre todo, en su misión política.

Claramente, fueron distintos los motivos que llevaron a Menem a un segundo período en 1995, impulsado por el recordado “voto cuota”, que dio lugar al “racionalismo político” en la conducta electoral y marcado a fuego por la trágica muerte de su hijo, Carlos Menem Junior.

También las motivaciones que hicieron presidente a Fernando de la Rúa se explicaban principalmente en “lo que se quería cambiar” antes que en “lo que se quería elegir”. Esta base del pensamiento político de los argentinos fue la que caracterizó el comportamiento electoral en las elecciones sucesivas.

Néstor Kirchner fue el hijo de la desesperación y la necesidad de recuperar la normalidad, las certezas, en una Argentina que había sido maltratada, vapuleada en su dignidad y sumergida en la mayor de las vergüenzas como Nación de cara al mundo. Veníamos de “la crisis de crisis”: económica, social, política, institucional y de valores. Se habían juntado todas las crisis posibles en un país.

Contradicciones

Cristina, en cambio, puede enmarcarse en un momento en el que “el período K” comenzaba a entrar en contradicciones con la realidad, hecho que se expresaba en una incipiente inflación que se manifestaba en las góndolas, pero que el Gobierno ya negaba.

El voto a la entonces primera dama encerraba en su génesis la debilidad de su futuro primer Gobierno (expuesto por la crisis del campo), con un fuerte pedido de cambio que nunca llegó.

Por eso, su magro nueve por ciento de imagen positiva al cierre de 2008 fue la antesala de la segunda derrota política de los K (la primera fue “el voto no positivo” del vicepresidente Julio Cobos en el Congreso), en las elecciones legislativas de 2009.

El propio Néstor fue derrotado por el fugaz Francisco de Narváez en provincia de Buenos Aires, y en la general el FPV obtuvo el 30,3 por ciento.

El reposicionamiento de su gestión, entre 2010 y 2011, estuvo caracterizado por una fuerte búsqueda de certezas por parte de la sociedad y la necesidad de recuperación el consumo y, además, una inesperada muerte (la de Néstor Kirchner) puso a Cristina en la Casa Rosada por otro período.

A los comportamientos sociales, a diferencia de quienes dijeron alguna vez que los estimula la búsqueda de la satisfacción, en ese momento los movía pisar sobre tierra firme y predecible. Fue tan fuerte esa necesidad que, incluso, justificó dejar de lado la búsqueda de un cambio en procura de certezas.

De todos modos, los 40 puntos con los que terminó el primer año de su segundo mandato parecen haber dado pie nuevamente a la tesis de este análisis: el Frente para la Victoria tuvo problemas en las elecciones de medio término de 2013 y perdió el poder en 2015.

No alcanzaría

En ambos casos, a manos de dirigentes sostenidos en alianzas no partidarias (Sergio Massa) o expresiones políticas modernas que trascendieron el viejo partidismo (el PRO), sin contenido ideológico a la vista y con un discurso mediático cuidado. Se podría decir: “cuando el marketing derrotó a la política”.

Finalmente, Mauricio Macri llegó al final de su primer año de gobierno en el país con un magro 36 por ciento de opiniones positivas, por debajo del segundo mandato de Cristina y de Néstor Kirchner.

De validarse esta teoría sostenida en la observación lineal de seis períodos presidenciales en una etapa de 20 años de elecciones, Mauricio Macri debería leer detenidamente los mensajes que le envía la sociedad. Y significar claramente cuál es la misión de su Gobierno, que tiene mucho de cambio político pero no de rumbo ideológico, y que no se sostiene en una acción de marketing basada en la imagen, como afirma su asesor de cabecera, Jaime Durán Barba.