Toda estrategia de campaña, según Hugo Haime, tiene que definir un público objetivo: dentro del electorado, existen segmentos específicos a los que hay que apuntar para alcanzar los objetivos electorales trazados. En la jerga, hablamos de público objetivo para referirnos al que es actual o potencialmente permeable a un candidato, a sus propuestas y promesas. La lógica del marketing político, siguiendo a Fara (2001) indica que un candidato (o partido) debe concentrar sus mensajes en algunos sectores de la sociedad, típicamente aquellos en los cuales tiene más posibilidades de recoger votos: así se le saca el mayor rédito a los esfuerzos comunicacionales.
La tarea de determinar el público objetivo forma parte de un proceso más amplio que es el de identificar la coalición ganadora mínima: la elección se gana con una suma de sectores de la sociedad que adhieren a la propuesta o se identifican con un candidato. Para esto, hay que saber a qué sectores es necesario atraer para poder ganar la elección o, al menos, sacar la mayor cantidad posible de votos. No basta con conocer cuál es el público objetivo, sino que también hay que identificar aquellos grupos a los que se debe captar aunque por el momento no comulguen con el perfil del candidato en cuestión.
La discusión respecto a si el PRO se integraba al Frente Unen o no más allá de la polémica ideológica, se planteaba porque por sí solos ni el PRO ni el Frente están logrando hoy entrar a segunda vuelta, contra las afirmaciones de Jesús Rodríguez, quien como parte de la pirotecnia de campaña afirmaba que las encuestas ubicaban al FAU en situación de entrar al ballotage; a esa misma línea discursiva a contrapelo de las encuestas conocidas se sumó después la diputada nacional de Libres del Sur e integrante del Frente Amplio Unen (FAU) Victoria Donda advirtió que «nadie puede subestimar» a la nueva alianza «cuando hoy aparece claro en las encuestas como candidata al balottage» para las elecciones presidenciales del año próximo.
Lo cierto es que hasta ahora (cuando falta una eternidad, hay que decirlo) las encuestas muestran que ni Macri ni el FAU entrarían al ballotage; desde el reconocimiento de esa debilidad recíproca, la discusión sobre la apertura o no del Frente tiene sentido en términos de construir una coalición ganadora mínima, aunque eso pueda ser infructuoso por incompatibilidades ideológicas (que son más visibles si comparamos a Macri con “Pino” Solanas, pero no tanto si lo comparamos con el radical Ernesto Sanz, por ejemplo, por no hablar de Oscar Aguad, uno de los referentes de la UCR que más fogonean la posibilidad de un acuerdo con el jefe de gobierno porteño) o bien por incompatibilidad de bases o segmentos electorales (aquí la discusión es más fina y compleja, pero está claro que en estrategias electorales no siempre 2 + 2 es 4, como lo demostró la “alianza” entre Francisco de Narváez candidato a gobernador de Buenos Aires y Ricardo Alfonsín candidato a presidente en 2011).
El punto es que si las encuestas siguieran mostrando lo mismo que hasta ahora, el ballotage sería entre un candidato un ex ministro disidente del oficialismo (Massa) y uno del PJ filo K (Scioli), aun cuando no es un dato menor que Scioli es resistido por el ultrakirchnerismo. Este debate es fogoneado por aquellos referentes que tratan de competirle a Scioli desde un posicionamiento más “K puro”, como el gobernador de Entre Ríos Sergio Urribarri. Esto es clave, porque Scioli hasta ahora jamás rompió con el kirchnerismo, pese a las múltiples tentaciones y oportunidades que se presentaron en ese sentido; hemos dicho en entradas anteriores que su apuesta es heredar al oficialismo desde la continuidad con cambio, ya que como figura siempre acompañó los procesos políticos hasta el final; aquí también pesa su certeza de que él mantener su candidatura desde el amplio espacio del oficialismo SIN la bendición de Cristina (es decir, sin ser “ungido” como tal sino después de pasar por una elección del formato de las Paso compitiendo contra otros referentes), pero que difícilmente pueda mantenerla con chances de éxito CONTRA CFK (es lo que le pasó a Eduardo Duhalde con Carlos Menem, aunque después el bonaerense llegó a la presidencia por el fracaso de la Alianza).