Más allá de los aspectos formales de una marcha contundentemente masiva; armónica desde el punto de vista del concepto: verdad y justicia; y transparente desde su estética, sin simbologías partidarias o sectoriales, el F18 envió un mensaje claro: es el sistema político el que está en jaque.
Tanto el oficialismo –al que sí le marcaron la cancha- como la oposición, -que quedó desnuda en toda su dimensión de mediocridad y genuflexión-, la sociedad corrió los arcos de una cancha en la que se deberá disputar la política de cara a las elecciones de este año.
Los ejes son claros:
1. Un mensaje superador de la antinomia que busca dividir en falsos bandos a un pueblo que busca tranquilidad, previsibilidad y sentirse parte de un país más justo que facilite el progreso y las oportunidades para todos.
2. La necesidad de recuperar un sentimiento de nacionalidad que los una, los contenga e identifique por sus valores, sus cualidades, su historia, proyectando un sentido estratégico para el futuro y no solo para los mundiales cada cuatro años.
3. Honestidad en el discurso, transparencia en los actos de gobierno y sentido común en las decisiones públicas que lleven eficiencia a la acción política.
Esto es posible sólo si los que se proponen para gobernar lo hacen desde un compromiso que dé un salto cualitativo en el vínculo con la sociedad; es decir, tomar la decisión de gobernar no para la gente, sino con la gente, lejos de la presión y sujeción a intereses particulares. Ese sistema político, a todas luces, fracasó.
Lo que hoy existe, y claramente quedó patentado el 18F, es un protagonismo popular dispuesto a tallar definitivamente en la vida nacional. Mientras tanto, la política deberá pensar en acciones públicas y propuestas que sólo tendrán sentido si se conciben en la articulación de antagonismos, pluralismos y diversidad, concertando intereses y promoviendo una mirada estratégica como país.