Desde la premisa de que 2013 es un año electoral y que hay que llegar en las mejores condiciones posibles a la parada electiva (en principio, primarias en agosto y generales en octubre), va trasluciéndose la táctica del gobierno nacional en diversos frentes y líneas de acción (tanto en lo político como en lo económico) que a veces compensan con cierto éxito algunas de sus falencias en lo estratégico.
Veamos:
1. El gobierno eligió en el 2012 tomar algunas de las medidas electoralmente más “antipáticas”, entre ellas las que apuntaban a asegurar el superávit comercial necesario para afrontar los pagos de deuda durante ese año. Con el objetivo cumplido (más de 12.000 millones de dólares de superávit y vencimientos saldados) , como los compromisos de deuda en 2013 son menores, eso permitiría “aflojar” algunas de esas iniciativas, como las restricciones a las importaciones.
2. El gobierno apuesta a que esos cambios disminuirán el malestar y generarán menos ruidos en la economía que el año pasado, lo que puede favorecer la actividad antes de las elecciones. No sucedería lo mismo con las restricciones cambiarias, que en principio llegaron para quedarse (y cuyo impacto electoral negativo para el gobierno se descuenta, aunque está por verse si le provoca una merma del caudal electoral propio o simplemente se traduce en que quienes ya eran críticos de la gestión en 2011 ahora engrosen alguna de las canastas opositoras que en esas presidenciales fueron magras).
3. El intenso manejo de agenda por parte del oficialismo le permitió copar la escena (tanto para bien como para mal) e invisibilizar a la oposición. Esto, al punto que incluso los consultores lejanos al gobierno admiten que ninguna de las figuras alternativas (Macri, Binner, Alfonsín, etc.) ha podido capitalizar sustantivamente el desgaste oficialista en 2012 como para despegarse nítidamente del resto (en este sentido, sería un escenario similar, si bien no idéntico, al que se dio en las primarias de 2011).
4. Respecto al factor Moyano, hasta ahora el gobierno también logró conjurar esa amenaza. El sindicalista, cuyo poder de fuego era temido ya que durante gran parte de la gestión K avanzó dentro de las filas gremiales (con anuencia oficialista, mientras fueron aliados), a partir de la ruptura con el gobierno comenzó a debilitarse. Las marchas que a fines de 2012 pretendieron ser demostraciones de fuerza por parte del camionero terminaron, por el contrario, evidenciando que la radicalización de su perfil opositor se dio a la par de la merma de su poder, al punto que necesitó del concurso de fuerzas de izquierda, del barrionuevismo, Libres del Sur, Federación Agraria y de la CTA disidente de Pablo Micheli (dirigente cercano a “Pino” Solanas) para darle volumen a sus acciones de protesta. Se trata de un cóctel que electoralmente resulta indigerible y que limita las posibilidades que podría tener una candidatura de Moyano, quien además sigue conservando una alta imagen negativa entre los sectores críticos del kirchnerismo. En compensación, hay que decir que el camionero sí tuvo éxito relativo al lograr que el tema Ganancias para la cuarta categoría ganara relevancia en la agenda social.
5. Entre fines de 2012 y lo que va de 2013, la sociedad Moyano-Micheli se ha ratificado y eso ha coincidido con la acentuación de la pérdida de poder del camionero, donde cabe retener tres datos clave: a) luego de su magra movilización de diciembre, el bono que Moyano logró a fines de 2012 para los camioneros fue de $ 1.800, un 28% menos que lo que había logrado a fines de 2012 b) Moyano también perdió el control de un gremio aeronáutico clave a manos del kirchnerismo, al convertirse Pablo Biró en el nuevo secretario general de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA), un sindicato clave dentro del mapa gremial, con incidencia estratégica en acciones de protesta; Biró sumó el 61,4% de los votos y derrotó a César Vega Fernández, que era el candidato del moyanista Jorge Pérez Tamayo (33,3% de las adhesiones) y c) Moyano también perdió el control de otros gremios del transporte, ya que el taxista Omar Viviani logró encolumnar a la mayoría en la flamante Unión General de Asociaciones de Trabajadores del Transporte (UGATT), sumando 17 sindicatos de la actividad (algunos de ellos vitales para cualquier potencial medida de protesta, como los taxistas, pilotos, colectiveros y maquinistas de trenes, el personal de dirección de los ferrocarriles, los aeronavegantes, el personal aeronáutico, los controladores aéreos y gremios viales). Así, quedó debilitada la Confederación de Trabajadores del Transporte (CATT) alineada con Moyano (donde aún permanecen los técnicos aeronáuticos de APTA, los señaleros ferroviarios de ASFA y algunos gremios que integran la Federación Marítimo Portuaria).
Estos movimientos son cruciales, ya que el gobierno apuesta a que debilitar a Moyano le permitirá encausar con menos traumas las ya de por sí difíciles paritarias salariales de este año. El objetivo es que las mismas se cierren dentro (o al menos cerca) del límite tácito del 22% que han dejado traslucir algunas figuras del oficialismo, para evitar que la inflación se desmadre en el primer semestre y complique sus chances electorales.