Por Lucas Gatica
Lic. en Psicología
Integrante de la Consultora Delfos
“Alguma coisa/ está fora da ordem/ Fora da nova orden/ mundial…”. Así reza una canción del gran Caetano Veloso. Ese podría ser un estribillo pegadizo para estas fechas.
La victoria de Donald Trump deja mucha tela para cortar, colorear, diseñar. Tanto es así, que a una semana del resultado, sigue estando en la agenda principal y se encuentran análisis variopintos sobre el acontecimiento. Es natural y esperable: la primera potencia mundial con un nuevo presidente. Un outsider, empresario, mediático y extravagante, entre otras cualidades.
Si alguien se acostó a una siesta, pongamos en el otoño del 2014, y sale del letargo un caluroso día del actual noviembre, no va a poder creer que el señor que organizaba los concursos de Miss Mundo hoy sea el Comandante en Jefe de los Estados Unidos. Como primera emoción, lo que aparece es la sorpresa o perplejidad. No especularemos qué podría pasar si Walt Disney es descongelado en los próximos meses.
Dejando de lado el proyectado muro (¿rosa?) en la frontera con México y la deportación de inmigrantes, una de las aristas que se toma para reflexionar acerca del triunfo (triumph en inglés; triomphe en francés) de Trump es el disgusto hacia la globalización. Sobre la base de ciertos hitos: el “Brexit”, el “No” al acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno colombiano, el resurgimiento de movimientos nacionalistas y de derechas en Europa. No son los únicos, hay otros.
En ese sentido, este malestar hacia la globalización brota de los países que impulsaron fuertemente dicho proceso mundial. De ahí que el presidente Trump (habrá que acostumbrarse a llamarlo presidente) sea el portavoz de ese sentimiento antiglobalizador: no acredita en el calentamiento global, acusa a China de “violar” a los EE.UU, quiere sellar todas las puertas de la inmigración y anhela el regreso de fábricas a su país que se traducirían en empleos para los norteamericanos de pura cepa.
En suma, su eslogan de campaña, y caballito de batalla de su política exterior, fue “America First” o Estados Unidos Primero. De raíz individualista, este eslogan le dio resultados con creces, despertando en gran parte de la población un nacionalismo que estaba dormido, o descansando. Nacionalismo al que poco le importan los modos y lo políticamente correcto.
Dicho eslogan remite a la agitada elección de 1940, en la cual miles de ciudadanos se sumaron al America First Committee, de sesgo aislacionista y cuya principal finalidad era que los Estados Unidos no se unieran al Reino Unido en la lucha contra la Alemania nazi. Ecos del pasado que resuenan.
La intención de esta nota no es centrarse en los probables aspectos económicos, sociales o culturales, ni en los desafíos políticos de la futura presidencia de Donald Trump, sino señalar un borde, una protuberancia, que asoma de las consultas populares actuales.
Lo que posiblemente emerge de esta elección es un cambio de foco en lo teleológico de la política. Es decir, desde la Revolución Francesa la política fue conceptualizada como el gobierno del pueblo. Dicho de otra manera, se gobierna para el pueblo pero sin el pueblo. Gobierna la clase política elegida por la mayoría. Ahora bien, ¿este gobierno del pueblo a través de sus representantes conforma a la sociedad?
Con todo, distintos hechos históricos, como el de la victoria de Trump, parecen ir en sentido contrario al espíritu de 1789. La finalidad de la política actual ya no es la del provecho general y amplio; la política que se vota hoy es la del beneficio personal. Es una política volcada al interés privado, propio, al ombligo. A lo sumo, la del beneficio del grupo o sector propio.
Quizá este es un hecho que viene de hace décadas, pero que se hace visible con más fuerza ahora ayudado por el escenario y por personajes como Trump.
Mirando un poco para estas pampas, hace unas semanas se ha vuelto a poner sobre la mesa (los medios) la cuestión inmigración. Los dichos del senador Miguel Pichetto fueron el puntapié inicial para volver sobre aquello que, de alguna forma u otra, ha contribuido fuertemente a construir el país. Lo del jefe de la bancada kirchnerista en algún punto se conecta con la ola trumpista y produce preocupaciones venideras.
De esta manera, ha quedado anacrónico el lema de la incipiente Argentina: gobernar es poblar. Aunque también hay que decir que para Juan Bautista Alberdi no daba lo mismo cualquier población, él ansiaba y deseaba inmigrantes anglosajones y, particularmente, alemanes.
A fin de cuentas y sin citar la famosa frase de Winston Churchill sobre la democracia pero parafraseando, de cierta manera, a un ex presidente del país del norte: es la democracia, estúpido.