Por Norman Berra

Los resultados electorales del 2017 también pueden ser leídos en clave de polarización asimétrica, con Cambiemos como primera minoría electoral nacional (43% de votos) con un sesgo de centroderecha y Unidad Ciudadana como segunda minoría electoral (25% del total nacional), con un sesgo de centroizquierda. Ambos polos, antitéticos entre sí, son dos sellos nuevos y con una pregnancia electoralmente más potente, a tenor de los resultados de este año, que sellos más tradicionales, como la UCR y el PJ, respectivamente. De cara al turno electoral del 2019, sin embargo, ambos dependen de mantener y de conquistar a parte de la “franja del medio” para tener chances de ganar. En esa franja participan el peronismo filo K (5% de los votos), el no K (alrededor del 8%) y el massismo (alrededor del 6%), más 3% de partidos provinciales. Por otro lado, a la izquierda de Unidad Ciudadana, existe un 5% de fuerzas de izquierda tradicional. Con esa foto, nuevamente, de cara al 2019 la competitividad electoral del espacio pan-justicialista como alternativa opositora depende de las chances de expansión hacia gran parte de la “avenida del medio” para formar una coalición del 44% capaz de disputar en una eventual segunda vuelta la presidencia con Cambiemos, en el caso de que la coalición oficialista pueda mantenerse con aproximadamente el mismo caudal que obtuvo en las legislativas de este año.

¿Por qué pasamos de analizar las dinámicas de polarización del post anterior a una lectura en clave más ideológica en esta entrada? Retomamos la cita de la politóloga María Casullo, a quien abordamos ya en la entrada previa. Ella apunta que “estamos asistiendo a un cambio de época política en la Argentina, en tanto y en cuanto el país tiene hoy algo que no existió durante todo el siglo XX: un partido orgánico de derecha, con capacidad electoral. Cuando digo ‘derecha’ no lo digo desde el punto de vista de las políticas públicas implementadas, sino desde el punto de vista de la sociología política, de la conformación social de la coalición electoral del partido. Digo derecha como lo usaba Torcuato Di Tella: un partido que representa políticamente los intereses y la visión de mundo de las elites (económica, social y cultural) del país y cuyos dirigentes principales, empezando claro por el presidente, vienen de esas mismas elites”. Respecto al carácter de coalición electoral y partidaria de Cambiemos, Casullo apunta que si bien es cierto que la UCR tuvo un rol fundamental al expandir el alcance territorial del oficialismo y fiscalizar las elecciones en provincia de Buenos Aires y el interior, que esa fuerza tiene ministros en el gabinete y que luego de diciembre tendrá más diputados y senadores de los que tenía antes, “llaman la atención tres cosas. Primero, que la UCR no tiene al parecer un lugar en la mesa de decisión de Cambiemos, que es muy pequeña, muy centralizada, y muy PRO-pura. Segundo, en las Paso de este año el PRO recusó judicialmente a las listas internas que presentaron sectores de la UCR ‘orgánica’ en varias provincias y bloqueó la competencia interna o sólo la admitió (como en Neuquén) porque lo dijo la Justicia. Sin ir más lejos, no admitió internas en la ciudad de Buenos Aires, su distrito estrella, y expulsó al sector de Lousteau. Tercero, la UCR no ha planteado hasta ahora una agenda legislativa o de gobierno diferenciada, basada en su temas históricos, como puede ser la universidad pública o la salud pública. O la expansión de los derechos sociales universales”.

Sintetizando, Cambiemos es una marca consolidada electoralmente, pero no una coalición de gobierno: el gobierno es del PRO. Además, la identidad partidaria radical fue diluida dentro de la coalición, y las chances de que se mantenga se hallan ante una paradoja: mientras más exitoso sea el gobierno de Macri en términos de perdurabilidad en el tiempo, más riesgo corre el radicalismo de perder fuerza como signo político; en sentido contrario, si Cambiemos fracasa, ese fracaso también arrastrará al radicalismo en gran parte, si no surge una corriente «disidente» sustantiva. En la misma línea, Danilo Degiustti apuntó: “Cambiemos no es la Alianza. De alguna forma esto ya lo sospechábamos desde un principio, sobre todo por el mayor nivel de autonomía del presidente Macri, que a diferencia de De la Rúa es también el presidente de su partido y si bien lidera una coalición, los demás partidos son socios con una participación menor a la que tenía el Frepaso en su momento (lo que le permitió a Macri colocar a una vicepresidenta de su propio partido y diseñar un gabinete a su medida). En su proceso de consolidación, Cambiemos nació como una coalición urbana de nivel socioeconómico medio y alto, muy anclada en la zona central del país, pero las elecciones de este año dejaron un mapa con mucho amarillo desde Santa Cruz hasta Salta y Jujuy. Se nacionalizó. Entonces, por un lado, tenemos una expansión geográfica desde las provincias centrales o metropolitanas hacia las periféricas (…) desde las generales de 2015 hasta las elecciones del domingo, Cambiemos creció en las provincias más grandes (16,5%; ver datos arriba, click para agrandar), las que lo llevaron al gobierno, pero creció más del doble en las provincias periféricas (37,4%), tradicionalmente peronistas (…). En síntesis, el Pro nació desde el centro del país, adoptando al electorado huérfano del radicalismo y llegó a la presidencia unificando al voto no peronista con la alianza Cambiemos”. En ese marco, haber captado al electorado huérfano del radicalismo y liderar desde el gobierno una coalición electoral exitosa le da al PRO una ventaja competitiva sobre la UCR, que pone en cuestión la supervivencia del sello más tradicional y hace crecer las chances de conformación de un polo de centroderecha más tradicional, como existe en otros países de la región.

Ya dijimos en el post anterior que Cambiemos y Unidad Ciudadana son dos polos antitéticos: el primero hace oposición al gobierno anterior desde el oficialismo (el antikirchnerismo es definitorio de su impronta), mientras que la segunda es, sin dudas, la principal oposición al oficialismo y actual gobierno. Eso deja a todos los dirigentes de la franja del medio en un “no lugar” electoralmente no rentable, como se vio este año. Todos los “opo-oficialistas”, es decir, los gobernadores y las figuras que no tienen resuelto cuál es su posicionamiento frente a Cambiemos (¿son opositores «racionales»? ¿son más opositores al gobierno anterior que al actual?), como Juan Urtubey, Juan Schiaretti y Sergio Massa, corrieron mala suerte en las urnas este año. Al contrario, aquellas figuras del espacio pan-justicialista que tienen una definición más nítida como opositores a Cambiemos (Gildo Insfrán, Alberto Rodríguez Saá, Lucía Corpacci, Sergio Uñac, Jorge Manzur, el recientemente fallecido Mario Das Neves, Carlos Verna), salieron airosas. Esto abre una ventana de oportunidad para que el tránsito hacia el 2019 consolide un polo opositor con mayor competitividad electoral que el actual, con base en Unidad Ciudadana pero expandiéndose hacia las referencias opositoras del espacio pan-justicialista (o hacia los segmentos electorales que ellas interpelan). Como planteó Juan Rodil, “Cristina Fernández parece haber lanzado su campaña de cara a 2019 en su discurso del 22 por la noche, en el que aseguró ser la principal oposición al gobierno y sugirió que esa oposición será ejercida desde su nueva fuerza, Unidad Ciudadana y no desde el Partido Justicialista”. Así, es muy probable que la apuesta de CFK sea la simétrica (espejada) respecto a la de Cambiemos: fidelizar a los electores que acompañaron a Unidad Ciudadana, sumar a aquellos del espacio filo-K y desde allí interpelar a los electores justicialistas “del medio”, potencialmente huérfanos de referencias o de candidatos en 2019 (ver la hipótesis Casullo del post anterior). De hecho, ya este año la ex presidenta le regaló el sello del justicialismo a Florencio Randazzo en PBA y aun así capitalizó claramente al mayor caudal de electores, pues percibió que buscaban una oposición nítida a Cambiemos (y no una moderada ni “opo-oficialista”). Es decir, la apuesta de CFK sería crecer hacia el PJ y los sectores medios (así como el PRO creció hacia los huérfanos del radicalismo y los sectores medios) y, con un sesgo de centroizquierda, enfrentar al polo con sesgo de centroderecha.

Si un sello nuevo (PRO/Cambiemos) tiene chances de absorber a la UCR, ¿podría también un sello nuevo (Unidad Ciudadana) hacerlo con el PJ? Tratando de buscar pistas al respecto, volvemos a Casullo, que se asombra por la falta de presencia de una alternativa de centroizquierda, y apunta en eso una oportunidad para el peronismo. “El peronismo tiene muchos problemas pero una cuestión que lo favorece: no parece haber nadie por fuera de él que quiera encarnar una postura netamente opositora. Para mí la pregunta más interesante no es qué va a pasar con el peronismo, sino qué pasó o qué está pasando con los partidos ‘progresistas’. No se ve hoy que esté apareciendo una oposición a Cambiemos nucleada en alguno de los viejos partidos progresistas de clase media no peronistas, o de alguno nuevo. En el 2011 los políticos más votados luego de CFK fueron Binner y Ricardo Alfonsín, ambas figuras son irrelevantes hoy a nivel nacional. ¿Eso continuará así por siempre? ¿Será Unidad Ciudadana el germen de un nuevo Frepaso con una parte del peronismo y una parte de sectores de clase media y una dirigencia desperonizada? Como dijo Mao: es demasiado pronto para saberlo”.

Fuente: Clima de Opinión