NOTA DE OPINIÓN

“La Argentina duele”. Así, con esta frase, el ex presidente de Uruguay José “Pepe” Mujica se refirió a unos de los problemas más angustiantes que hoy padece nuestra sociedad.

Y sigue: “Cuando uno la ve de lejos, duele porque hay un odio muy fuerte y eso no garantiza ninguna salida”.

La Argentina de hoy duele. Duele la pobreza, la inflación, la deuda pública, la indigencia, la inseguridad, la falta de educación y el desempleo.

Pero más duele ver opacadas las posibilidades de un futuro mejor en una sociedad fragmentada, ganada por sentimientos radicalizados que anulan el juicio y destruyen la posibilidad de construir acciones para el desarrollo.

El pensamiento radicalizado nos vuelve intransigentes y fanáticos de nuestro propio discurso o de quien lo representa. Busca imponer ideas e intereses sin aceptar la disidencia ni las consecuencias. Nos desvía de lo transcendente, de lo importante. Nos impide construir un proyecto de vida en común.

“Las sociedades modernas son inmensamente complejas y cada vez lo van a ser más. Ello supone que  es inevitable que en una sociedad contemporánea existan puntos de vista diversos, desacuerdos, diferencias, percepciones…” continúa Pepe Mujica. “Esa idea de un mundo pintado de perfecto no existe, es una quimera”.

La complejidad forma parte de la vida y de toda comunidad. La riqueza de las naciones no está sólo en sus recursos sino también en la voluntad de sus ciudadanos de construir acuerdos a partir de las diferencias.

Una sociedad polarizada, enfrentada, es una sociedad débil, permeable. “Para conseguir la paz se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra” (Papa Francisco).

Es necesario tener como sociedad el valor de trascender a los límites del propio pensamiento para construir puentes. La pandemia ha demostrado cómo los intereses individuales pueden en ocasiones primar sobre la búsqueda del bien común.

El 11 de febrero de 1990, al salir de la cárcel luego de 27 años de cautiverio, Nelson Mandela le dijo a su pueblo: “Al salir por la puerta hacia mi libertad, supe que, si no dejaba atrás toda la ira, el odio y resentimiento, seguiría siendo un prisionero”.

No podemos ser prisioneros de la ira y el rencor. La sociedad Argentina no está dividida entre buenos y malos, justos y pecadores. No hay dueños de la verdad. Somos todos hermanos de una misma Nación. No es una guerra de argentinos contra argentinos. Es una guerra de Argentina contra el hambre y la pobreza.

Nadie se realiza en una sociedad que no se realiza. “Ninguno de nosotros, por sí solo, puede alcanzar el éxito” (Nelson Mandela).

La lucha inquebrantable de varias generaciones, nos legó la democracia, y con ella, se abrieron las puertas de la libertad, de la soberanía del pueblo y del derecho a elegir a quienes nos representan. Pero también se abrieron las puertas del libre pensamiento, de elegir nuestras ideas y expresarlas en libertad.

Hoy, el pueblo argentino, tiene la responsabilidad de elegir el camino que nos devuelva la esperanza. Tenemos que asumir el compromiso de priorizar y propagar las ideas y pensamientos que construyan puentes, que forjen futuro, que derriben muros y abran caminos de progreso.

Somos todos responsables. Somos todos artífices del destino común.

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