Por: Luis Dall´Aglio
Los pronósticos ajustados de las encuestas sobre la elección en Estados Unidos se resolvieron el martes en favor del «impresentable» Donald Trump, por lo que Barack Obama se convirtió en el mismo acto en el gran perdedor.
Sus dos mandatos al frente del país más fuerte del mundo dejaron como herencia a Trump en la Casa Blanca y eso confirma que más allá de que Hillary Clinton fue una mala candidata, el enojo con su gobierno superó todos los pronósticos desde que el pesado sistema electoral se puso en marcha hace 10 meses, con las primarias.
Obama, el primer presidente negro, el que confesó haber fumado marihuana en la universidad, el hombre del cambio que supuestamente daría vuelta una pesada página en la historia norteamericana, «fue una mentira».
Atrás quedaría la triste historia de los negros americanos; los latinos encontrarían en él, al hombre que definitivamente podía sentir como ellos el desprecio de una sociedad tan rígida en sus convicciones como cerrada en su historia.
Estados Unidos siempre miró hacia afuera en su condición de «gendarme del mundo», y ahí estaba él, la sorpresa que se impuso de cero ante los «popes» de su partido Demócrata para mirar hacia adentro del país.
El progresismo norteamericano también tendría su lugar en la Casa Blanca y un país más integrador estaría por ser.
Pero nada de eso ocurrió; ni su sistema de salud tiene «la salud» suficiente para trascenderlo.
Desde cierta perspectiva se podría decir que Obama no solo que no aceleró el cambio reclamado por esas masas populares silenciosas, sino que por el contrario, lo demoró.
En estos ocho años «el pueblo de Obama» siguió perdiendo frente a una globalización que le quitó calidad de vida, certezas hacia el futuro, identidad y le trajo más miedo con los ataques terroristas.
Muchos se quedaron sin nada que perder, sólo con el cambio como único argumento electoral.
Argumento que se presenta como irracional (y políticamente incorrecto y hasta anti estético), cargado con la fuerza emocional del enojo, el fracaso, la desilusión, y la ausencia de alternativas (Hillary no fue una alternativa, fue menos de lo mismo).
De este modo, Obama, quien apareció como un instrumento de cambio, se convirtió en una herramienta de adecuación del sistema de poder a la demanda popular, que se fagocitó la novedad negra y demolió la idea de que un presidente puede ser más importante que el régimen norteamericano.
Si fuera una película de ficción como las de Netflix, donde la conspiración es el argumento, la película de podría llamar: Obama, la mentira perfecta, producto del marketing y las estrategias políticas.