Por Norman Berra

Decodificar el resultado electoral de las PASO del 13 de agosto no es sencillo, puesto que existe un solo antecedente reciente de primarias como antesala a una elección de medio término: las del 2013. En esas PASO, el FPV fue primera minoría, con 26,3% del total de votos a nivel nacional, seguido por el Frente Renovador, que sobre la base de un gran resultado en provincia de Buenos Aires alcanzó 13,5%, en tanto que el Frente Progresista Cívico y Social llegó a 8,2% y la UCR al 5,7%. Contra esa primaria, sin dudas el resultado de Cambiemos el pasado 13 de agosto, en torno al 36% en el tramo de diputados nacionales, fue muy bueno.

En cambio, si el resultado del 13-A se repitiera en las generales del 22 de octubre, no lo sería tanto, pues estaría por debajo de las elecciones de medio término de Raúl Alfonsín en 1985 (43,5%, contra 34,3% del justicialismo), de Carlos Menem en 1991 (40,2%, contra 29% de la UCR), de Néstor Kirchner en 2005 (41,6%, contra 15,3% del radicalismo y aliados). Sí sería mejor que las de elecciones de medio término de Fernando de la Rúa en 2001 (23,3%, contra 36,7% del justicialismo) y de Cristina Fernández de Kirchner en 2009 (30,3%, contra 28,8% del Acuerdo Cívico y Social) y 2013 (33,6%, contra 24,8% del Frente Progresista Cívico y Social). Sin duda, Cambiemos se posiciona como primera minoría de cara al 22 de octubre, pero para hablar de una gran elección de medio término debería superar el 40% a efectos de acercarse a un guarismo “plebiscitario” (como sucedió con Raúl Alfonsín en 1985, Carlos Menem en 1991 y Néstor Kirchner en 2005). El 36% no está muy lejos de esa referencia, pero para rebasar el 40% Cambiemos debería capitalizar el envío de las PASO con una ola ganadora y esperar que no se produzca el efecto contrario que se dio en 2015, cuando las primarias presidenciales dejaron al FPV cerca de ganar la presidencia en primera vuelta, lo cual hizo que en esa instancia se sumaran muchos electores adversos a esa posibilidad. El incremento de la participación electoral del 74,91% al 81,07% benefició relativamente más a Mauricio Macri que a Daniel Scioli y forzó el ballotage, que finalmente ganó el candidato de Cambiemos.

Otro dato clave para la interpretación pasa por la correlación de fuerzas, más importante en términos perceptivos que en aritmética parlamentaria, la cual a priori no cambiaría demasiado en octubre (aunque sí podría modificarse en su dinámica). La condición de primera minoría electoral se produce por la “disciplina” de los votantes respecto al frente donde confluyen sellos como el PRO, la UCR y la Coalición Cívica, principalmente (con matices en los distritos donde el radicalismo apoyó a figuras que compitieron por otros sellos, como Martín Lousteau en Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Así, Cambiemos se confirma como una nueva “criatura”, pero aún no puede hablarse de un nuevo partido, sino de una coalición electoral reforzada (más que de gobierno), una amalgama exitosa en las urnas que, con alrededor de 8,3 millones de votos, aventaja a una oposición dispersa en la cual también se destaca una “criatura nueva”: el Frente de Unidad Ciudadana, que en su debut electoral alcanzó alrededor de 5,6 millones de sufragios, aventajando al sello “tradicional” del PJ. Desde este punto de vista, la invención de CFK fue exitosa, pues tiene chances de quedar primera en el escrutinio definitivo de PBA ante Cambiemos y superó claramente a las figuras que esperaban capitalizar un traspié suyo, Sergio Massa y Florencio Randazzo. La pregunta de si CFK hubiera debido aceptar dirimir en primarias el liderazgo con su ex ministro devino abstracta: está claro que apostó (y acertó) a que su figura era más fuerte que el sello del PJ y que una candidatura “renovadora” como la de Randazzo. En eso, el kirchnerismo y Cambiemos se parecen, dado que en CABA también el oficialismo prefirió ir con un sello distinto antes que darle la “interna” a Lousteau (y también ganó la puja).

En la misma línea, las derrotas de la listas apadrinadas por figuras de la “liga de gobernadores” del PJ contrarias a CFK, como Juan Schiaretti en Córdoba, Carlos Verna en La Pampa (ambos frente a Cambiemos) y Mario Das Neves en Chubut y Rosana Bertone en Tierra del Fuego (ambos frente al kirchnerismo), dejó a CFK casi en soledad por la pelea del liderazgo en el espacio pan-justicialista, con excepción del gobernador salteño Juan Urtubey, nuevamente victorioso en su provincia pero con un caudal de votos incomparable con la cosecha del FUC a nivel nacional. Asimismo, el kirchnerismo también se impuso en dos provincias gobernadas por otras fuerzas, como la estratégica Santa Fe (aventajó a Cambiemos y al socialismo gobernante) y Río Negro (donde superó a Cambiemos y a la lista del gobernador Alberto Weretilneck). En esta línea, un mapa político distrital mostraría un país fragmentado en 4 fuerzas: 10 distritos favorables a Cambiemos, 1 para Unidad Ciudadana en soledad (PBA), 8 para frentes justicialistas con el kirchnerismo integrado y 3 para frentes justicialistas sin el kirchnerismo integrado (ver arriba mapa elaborado por Adán de Ucea). Esto refuerza nuestra lectura de que el resultado fue más fragmentario de lo que parece, pese a que la polarización reforzó a las dos identidades políticas más nítidas (Cambiemos vs kirchnerismo) en detrimento de las demás posiciones.

Fuente: Clima de Opinión