Por Norman Berra | Delfos

El PJ disidente es un rosario de figuras que disputan entre sí el electorado anti-K. En ese universo compiten Alberto Rodríguez Saá, José Manuel de la Sota, Hugo Moyano, el cuasi retirado Eduardo Duhalde, hasta con ciertas intermitencias Francisco de Narváez y Mauricio Macri, que aúnan electorado independiente con centro derecha y PJ de la misma orientación. Todos estos candidatos juegan un juego de suma cero: lo que uno gana lo pierde el otro. En términos de market share (concepto de la investigación de mercado) cada nueva precandidatura opositora achica más la porción de cada contendiente, manteniendo estable o estirando mínimamente el mercado total. Es decir, son competidores en un océano rojo, por la analogía con un mar infestado de tiburones que luchan encarnizadamente entre sí.

Enfrente, el oficialismo se atrinchera en la porción de adherentes que hoy, aun admitiendo el desgaste del último año, oscila entre un piso del 30% del electorado y un techo del 40% o, quizá algo más. El gobierno nacional cierra el año con una serie de victorias (algunas no definitivas) en la Justicia nacional e internacional (el fallo de fondo favorable a los artículos objetados de la ley de medios en primera instancia, el fallo que ordena la inmediata liberación de la Fragata Libertad y la suspensión en EE.UU. al inaplicable y absurdo dictamen del juez Thomas Griesa ordenando el pago a los fondos buitre) pero con la incertidumbre de no tener resuelto el proceso de sucesión presidencial de Cristina Fernández de Kirchner. Aunque restan 3 largos años de gestión, el oficialismo acusa ya síntomas de lo que puede ser un síndrome del “pato rengo”, la pérdida de poder y de gobernabilidad que suelen experimentar los titulares del Poder Ejecutivo en los regímenes netamente presidencialistas como el argentino.

Se han plantead la hipótesis de que CFK encara un perfil más legislativo-judicial en su agenda de temas, a partir de la ley de medios, el llamado a extraordinarias para la ley de trata de personas y (agregamos nosotros) la iniciativa de democratizar el Poder Judicial, y que esta agenda puede constituirse en definitoria del modelo en el ámbito legislativo con miras al 2013. Es una hipótesis plausible, porque encarnaría una estrategia para dar respuesta a materias pendientes en el ámbito institucional, donde el oficialismo ofrece flancos cuestionables. Podría ser una propuesta de campaña para esas elecciones; es muy pronto para evaluar cuán exitosa podría resultar.

Sin embargo, el principal problema del oficialismo es que, como en el fútbol, para lograr la re-re (un nuevo campeonato) no depende sólo del resultado propio (necesitaría hacer una elección descollante en las legislativas del 2013) sino también de los resultados de los partidos que juegue la oposición: es inviable una reforma constitucional sin un interlocutor que la allane. La reforma de 1994, como hemos planteado ya en este blog, fue posible no sólo por la determinación de Carlos Menem de llevarla adelante (le sobra determinación, o incluso tozudez, al kirchnerismo) sino porque enfrente tenía un interlocutor sistémico, la UCR, con un dirigente en condiciones de encauzar y disciplinar la discusión (el ex presidente Raúl Alfonsín). Hoy, la UCR es un remedo de lo que era en 1994, Ricardo está muy lejos del liderazgo de su padre y no existe en la oposición ninguna figura ni fuerza que sea alternativa sistémica al oficialismo. Mientras el océano rojo persista, ninguna figura opositora puede recortarse con nitidez por sobre las demás.

El escenario del 2013, al menos el que desde nuestras limitaciones podemos proyectar hoy, presenta la amenaza de una elección sin ganadores ni perdedores claro. Un oficialismo con chances de conservar la primera minoría electoral e incluso la mayoría en el Congreso, pero muy lejos de los 2/3 necesarios para declarar la necesidad de la reforma; y del otro lado, una oposición dispersa en varios archipiélagos: PJ disidente, PRO, FAP y varias fuerzas más chicas. En esas condiciones, una reforma aparece como una quimera.

Por otra parte, Daniel Scioli, el gobernador bonaerense, juega el juego que mejor conoce, el de la paciencia; teje su candidatura, desoye los llamados a romper con el kirchnerismo, practica una realpolitik de cuño propio y navega en el océano azul de la hibridez, con un slogan (provisorio) que la expresa: la continuidad con cambio. Allí, en ese océano, no tiene competidores a nivel nacional (ni siquiera Sergio Massa). Hasta ahora, Scioli nunca sacó los pies del plato: no los sacó durante la etapa menemista del peronismo, y aun así pudo reciclarse exitosamente durante la etapa siguiente de esa fuerza, la kirchnerista. Mientras los demás tiburones se matan entre sí en un océano rojo, el ex motonauta practica el deporte de surfear las olas, algo que aprendió a hacer incluso a costa de su propio cuerpo. No se le puede aplicar la primera mitad de la frase que Scalabrini Ortiz acuñó para hacer un semblante del argentino (es el hombre que está solo) pero sí la segunda (es el hombre que espera).