Luis Dall’aglio
Delfos
El argumento de base que hoy estructura el pensamiento de una importante mayoría de argentinos radica en que si bien la actual situación del país no es buena, es dura y difícil, es cierto también que “se puede estar peor”.
Todos los estudios realizados recientemente en el país indican que tras el análisis de lo que ocurre hoy en Argentina, de los diagnósticos asociados a la inflación y su impacto en las economías domésticas, rápidamente aparece el recuerdo de la crisis de 2001 que marca un parámetro lo suficientemente negativo y doloroso que en muchos casos termina por justificar la actual realidad de la economía nacional.
Esto devuelve un comportamiento social absolutamente racional, desprovisto de acompañamientos políticos, los cuales son reemplazados por el pragmatismo de naturalizar los problemas a la nueva realidad, acomodar las posibilidades familiares, a la espera de que la actual coyuntura detenga su deterioro.
Y un elemento más: la decisión de la autorepresentación de sus problemas en el espacio público en una suerte de sublevación social permanente.
Hay que recordar que el primer beneficio que sintió la sociedad cuando empezó la recuperación, allá por el 2003, fue dejar de caer. Ese sentimiento se vivió como una mejoría que hoy contrasta con el lento proceso que vienen experimentando los argentinos, de un progresivo deterioro de su poder adquisitivo y estatus económico y social.
Por este motivo, la sociedad se aferra por estos días a lo que tiene y puede garantizar por sus medios ya que al horizonte incierto de la economía, se le agrega un panorama sombrío en la política que se presenta sin alternativas u opciones de poder y con una disputa de veleidades de dirigentes opositores que no saben hacer otra cosa más que eso: “oposición”.