Luis Dall’Aglio (Titular de consultora Delfos

Son muchos los análisis que se hicieron para explicar el triunfo de Cristina Fernández de Kirchner. Pero, sin dudas, existe un argumento que es un punto central de este hecho: la construcción de un nuevo liderazgo.

Hace un año, cuando moría Néstor Kirchner y la sorpresa y el desconcierto se apoderaban de la mayoría de los argentinos, un segundo aspecto sobrevolaba la mala noticia: ¿qué pasaría con el poder en la Argentina?

A esa altura, nadie discutía que, con su perfil criticado, el ex presidente de la Nación manejaba los hilos del poder en el país. Cada porción que ostentaba cualquier sector, él la sintetizaba en un sistema propio de control y conducción.

Es más, hay quienes dicen que las presiones de ese control le costaron la vida.

El luto se apoderaba de Cristina y los lobos comenzaban a lamerse para prepararse ante un eventual debilitamiento de la figura de la Presidenta y la vacancia del poder.

El eje gravitante había muerto y los pedazos de poder en manos de sindicalistas, intendentes del Conurbano, viejos líderes justicialistas, gobernadores, poderosos empresarios y ministros con autoridad comenzaban a buscar un nuevo centro de atracción.

Ejercicio de poder. Por su parte, Cristina tenía que hacer el duelo y procurar que su gobierno no ingresara en un punto sin retorno. Sin dudas, la Presidenta logró superar varios desafíos, desde el plano personal al político:

1) Superó la ausencia de su compañero y mentor político; 2) No perdió el control de su gobierno; 3) Construyó una nueva empatía con la sociedad; 4) Puso bajo control a los jefes del Conurbano; 5) Neutralizó la fuerza de gobernadores y sindicalistas; 6) Estructuró otro sistema de poder en el Gobierno con nuevas figuras; 7) Mantuvo el control de la economía; 8 ) Superó dos tests electorales; 9) Atomizó la oposición; 10) Diluyó posibles liderazgos.

Posiblemente, el luto, las condiciones económicas de la Argentina y la ausencia de proyectos alternativos de la oposición expliquen una parte del 54 por ciento de votos del domingo 23 de octubre.

Pero no hay dudas de que estos aspectos son resultado de una nueva conducción política que ahora, de cara a los próximos cuatro años, enfrentará otros desafíos que pondrán en concurso nuevamente a este liderazgo.

Desafíos mayores. Cristina se enfrenta, tal vez, al peor de los escenarios: gobernar sin oposición partidaria, lo cual la pone cara a cara con una sociedad que será la encargada de marcar los tiempos de la nueva etapa en el país.

“Ella” será la única referencia política en este contexto, deberá enfrentase diariamente a los votos que obtuvo el domingo y tendrá que sostener la expectativa que la depositó por otro mandato en el Gobierno.

Esto es, mantener las certezas, garantizar el consumo y mejorar las condiciones sociales del país.

A diferencia de elecciones anteriores, Cristina ganó de manera contundente, porque logró el voto de la gran clase media argentina, caracterizada por un alto aspiracional, por una posición muy racional a la hora de evaluar la realidad y, fundamentalmente, desprovista de amores políticos. Es decir, entrega el voto, pero no el corazón.

Esta clase media no tiene tiempo, y sí muchos problemas económicos que vienen de la mano de la inflación. Exige –no pide– y sin dudas reclamará sus derechos.

Por ejemplo, vivienda o trabajo estable, que son deudas pendientes de un modelo que hasta el momento permitió el plasma para todos. Eso ya no va a alcanzar.