¿Por qué hay que ‘chuparse’ un mes de capítulos antes de ver a los protagonistas de la telenovela fundirse en un beso, o mirar dos tercios de la comedia romántica para ser testigo del primer duelo de lenguas entre héroe y heroína? No hace falta exhibir pergamino de crítico para saber la respuesta: el primer beso es una experiencia con altas dosis de emoción y placer para la mayoría de los mortales, que lo guarda para siempre en su memoria.
¿A qué edad debutan los labios de los vecinos de esta ciudad? En promedio, a los 15 años, según revela una encuesta de la consultora Delfos. Sin embargo, el número comienza a acusar variaciones si se lo analiza diferenciando sexos, edades y clases sociales. En síntesis, los varones estampan el primer “chuick” de amor un año antes que las mujeres (14,4 contra 15,5 años); y cuánto más jóvenes son los consultados, más temprano llega el momento. Igual es la relación en función al nivel socioeconómico: cuánto más se baja en la pirámide de ingresos, más precoz es el beso. Esos resultados permiten trazar un “perfil” del primer besador: varón, joven y de clase social baja.
A contramano, existe un grupo de unos 30 mil cordobeses que probó labios ajenos recién a la mayoría de edad: 21 años.
Los datos también confirman a las claras la llegada, cada vez más temprana, del ejercicio de la sexualidad: mientras el grupo de jóvenes asegura haber dado su primer beso a los 14 años, el de los “abuelos” ubica ese debut a los 17 años.
Eso, grafican los expertos, viene erosionando el “valor simbólico” del beso: “Es muy distinta la trascendencia que tenía el primer beso hace 15 o 20 años a la que tiene hoy. Para los chicos actuales, en muchos casos no esta asociado a sensación amorosa sino a algo pasatista, vinculado a una salida, al famoso touch and go (toco y me voy). Quiza el primer beso no es el primer beso de amor hoy”, explicó a Día a Día la psicóloga y sexóloga Silvia Aguirre.
La especialista aclara que no se trata de hablar de “mejor” o “peor”, sino de trazar un diagnóstico del presente; pero aclara que esta especia de “bastardización” del beso sí le quitó buena parte del carácter “especial” que ostentaba, y lo está haciendo mutar de un fin en si mismo, a sólo un “medio” para llegar a la relación sexual.
Hay que besarse (mucho) más. Aguirre insitió en la necesidad de devolverle protagonismo y calidad al beso, una práctica que como fuente de placer y conexión profunda con el otro, es clave en el ejercicio de una sexualidad plena en la pareja: “Hay que hacerse ‘especialista’ en besos, saber cómo quiere uno ser besado y cómo le gusta al otro que lo bese. No debería pasar ni un sólo día sin darnos besos en forma conciente: sintiendo, conectándose, uniéndose al otro”, recomendó.
Y por si hiciera falta estadística sobre la experiencia personal (¿alguien en el mundo probó un lindo beso y dijo ‘paso’?), Aguirre apunta que las parejas que mejor se llevan, son las que más se besan. “Los besos solos no garantizan una buena relación, sí crecen en proporción directa a la buena calidad del vínculo”, explicó.
Fuente: Día a Día