NOTA DE OPINIÓN
La revolución tecnológica ya no golpea la puerta: entró sin pedir permiso. Y lo hizo de manera silenciosa, mezclada entre tareas cotidianas, conversaciones laborales y búsquedas de información que antes parecían rutinarias. La inteligencia artificial (IA) se volvió parte de la vida de millones de argentinos, aun cuando muchos no terminan de entenderla o siguen desconfiando de ella.
El nuevo informe nacional realizado por la Consultora Delfos entre 4.836 casos online en todo el país sobre IA muestra una foto elocuente: casi 4 de cada 10 adultos ya usaron herramientas de IA en 2025.
Es decir, el perfil de uso revela que la IA es vista principalmente como un asistente cognitivo y laboral más que como un sustituto de procesos humanos.
Los usuarios valoran la IA como aliada en el mundo laboral y creativo, porque permite ahorrar tiempo, mejorar redacción, generar borradores o producir insumos que luego son adaptados. Representa un uso instrumental, práctico y directamente vinculado con la eficiencia.
La curiosidad y la creatividad aparecen como dimensiones complementarias que refuerzan su atractivo.
Que la cantidad de usuarios de IA no sea mayor no sorprende; lo que sorprende es la velocidad en que esta cifra creció en menos de dos años.
La adopción, como ocurre siempre con las tecnologías transformadoras, avanza de modo desigual: jóvenes, personas con estudios altos y usuarios intensivos del mundo laboral lideran la tendencia.
Por ejemplo, el 49 por ciento de los abogados de la provincia de Córdoba dijo en una encuesta de diciembre de 2025 que usa la IA. Y el 54 por ciento de los arquitectos cordobeses indicó que la usa. Es decir, son herramientas que están incorporadas en las tareas cotidianas de gran parte de los profesionales.
Es un fenómeno global, plantea desafíos impostergables, debido a que, mientras la tecnología se expande el Estado, la escuela, las empresas y la ciudadanía aún discuten qué hacer con ella.
La brecha cultural: más profunda que la digital
El dato más revelador del informe no está en el porcentaje de usuarios, sino en el de quienes no usan IA: más de la mitad no la utiliza porque no le encuentra utilidad, no le interesa o no la necesita. No es falta de acceso ni de infraestructura: es falta de sentido.
La famosa “brecha digital” ya no es de conectividad, es una brecha cultural. La tecnología se volvió accesible, pero no necesariamente relevante para todos. Y en ese punto se juega el verdadero desafío: cómo demostrarle valor a quienes todavía la miran de lejos.
El informe es contundente: sólo un 19% dice conocer mucho sobre IA. El resto la usa “a tientas”, sin comprender realmente el alcance de lo que tiene entre manos. Usamos IA sin entender IA, y ése es un síntoma del tiempo.
Confianza limitada en un mundo que cambia rápido
Otro dato que interpela: el 62% confía poco o nada en la precisión de las respuestas de la IA. No es un rechazo a la tecnología, es una desconfianza razonable en un contexto donde la información es un terreno movedizo y la desinformación florece. La IA amplifica dudas preexistentes: ¿qué es verdad?, ¿quién controla los datos?, ¿qué pasa con la privacidad?, ¿qué sesgos tiene el algoritmo?
Paradójicamente, esa desconfianza convive con el uso masivo de herramientas como ChatGPT, que lidera las preferencias con un 47%. La sociedad se relaciona con la IA como quien maneja un auto que no sabe del todo cómo funciona, pero confía en que lo llevará a destino. Un vínculo tan útil como frágil.
El fantasma del reemplazo laboral
Quizás el punto más delicado: uno de cada cinco trabajadores cree que la IA podría reemplazarlo. No es un dato menor en un país con altos niveles de informalidad, incertidumbre económica y reconversión laboral acelerada.
Pero también puede leerse desde otra perspectiva: quienes temen ser reemplazados son, en su mayoría, quienes ya la usan. Es decir, quienes están un paso adelante. El miedo, en este caso, puede operar como motor de aprendizaje.
El desafío para el país es claro: formación, reconversión, capacitación continua. La IA no eliminará trabajos, pero sí los transformará. Y la Argentina no puede darse el lujo de mirar esa transformación desde la tribuna.
La oportunidad que todavía no vemos
La IA no es solo una herramienta tecnológica: es un nuevo modo de pensar los procesos de producción, de estudiar, de decidir. Ya cambió la forma en que escribimos, buscamos información, diseñamos, resolvemos problemas o encaramos tareas complejas. Pero para que esa transformación sea inclusiva se necesita algo que todavía falta: política pública, estrategia educativa y visión de largo plazo.
Es importante discutir regulaciones, incentivos, marcos éticos y formación desde edades tempranas, para comenzar el tránsito entre la fascinación y la improvisación, y la formalización de un nuevo momento en la construcción de conocimiento. El informe de la Consultora Delfos ratifica algo que pasa con las nuevas tecnologías: la IA llega antes de preparados suficientemente.
Es decir, estamos en la ventana precisa donde se decide si la IA será una oportunidad democratizadora o un nuevo factor de desigualdad.
La Argentina tiene una ventaja: la creatividad, la flexibilidad y la capacidad de adaptación cultural que históricamente la caracterizan. La IA no va a reemplazar eso. Pero sí puede potenciarlo, multiplicarlo o, si no hacemos nada, dejarlo obsoleto.
La pregunta ya no es si la IA va a transformar la vida de los argentinos. La pregunta es cómo sumamos esta herramienta a la transformación del país.
Y ahí no deciden los algoritmos: decidimos nosotros.