Por Norman Berra
En la serie de posteos recientes planteamos que la ruptura de la promesa marcaria con la que Cambiemos ganó el ballotage del 2015 (compuesta por dos conceptos centrales: “podemos vivir mejor” y “no vas a perder nada de lo que tenés”) está en el núcleo del desgaste que llevó a las actuales crisis política y de opinión pública (que, para peor, se acompasaron con crisis financiera y corrida cambiaria). La promesa ligada a un bienestar socioeconómico que sobrevendría con la gestión de Mauricio Macri y que convenció a una porción de electores que no lo había votado en las PASO ni en la primera vuelta logró mantener elevadas expectativas hasta fines de 2017, cuando el paquete poselectoral de «reformismo permanente» lanzado por el gobierno se corporizó en la modificación de la fórmula de cálculo de la movilidad jubilatoria y tradujo el cambio en un nuevo y concreto significado (que el gobierno había tratado de evitar durante los primeros dos años): ajuste. A partir de ahí se puso de manifiesto un malestar que antes fue latente y que desde entonces nunca remitió.

Lo que estamos viendo en estas semanas es una doble crisis de confianza, tanto externa como interna, que cada vez se parece más a una tormenta perfecta. En el plano interno, se observa una combinación de pesimismo socioeconómico con pesimismo político. El primero se traduce en caída del Índice de Confianza del Consumidor (ICC), descenso de las expectativas económicas futuras (tanto a nivel de la situación del país como de la personal, familiar o doméstica), consumo masivo estancado o retraído y pérdida de confianza en el plan económico del gobierno (con especial foco en el manejo de la inflación), entre otros indicadores. El segundo se pone en evidencia en la caída de la imagen y la aprobación del gobierno y de sus figuras y en la baja del Índice de Confianza en el Gobierno, entre otros índices. Pero, aun siendo desfavorable, la situación puede empeorar: pasar del escepticismo político al pesimismo político. Si el gobierno no logra conjurar esta doble crisis, entonces se hará manifiesto un doble pesimismo, socioeconómico y político. Comenzaríamos a transitar una etapa en la cual una mayoría del electorado le bajaría el pulgar de manera definitiva al presidente Macri e iría trasladando sus expectativas hacia figuras alternativas al oficialismo. Algún dirigente opositor iría capitalizando la crisis y tomaría forma un consenso negativo respecto a la actual gestión, con el potencial de germinar una semilla de cambio de gobierno de cara al 2019.

Una situación de ese tipo vuelve a instalar como clave la cuestión de la representación electoral opositora hacia el 2019, tema que ya hemos abordado en este blog y sobre el que volveremos reiteradas veces con seguridad. El primer desgaste del gobierno, como venimos planteando, se da a nivel de aquellos electores que no eligieron a Mauricio Macri ni a Daniel Scioli en las PASO y en la primera vuelta del 2015, pero que en el ballotage creyeron en las promesas de mejora de Cambiemos y hoy están entre desencantados y enojados. Ese voto, hoy Macri ya no lo tendría si hubiera elecciones: como apuntó recientemente el consultor Gustavo Córdoba, “todo lo que perdió Macri del voto de la segunda vuelta es un espacio que busca representación. Estamos viendo conjeturas en el peronismo de quien puede salir segundo, no se sabe con qué candidato, pero está claro que el PJ no K no va a votar a Macri. Y lo mismo piensa el kirchnerismo, que si con Cristina -que puede aspirar a una elección de 25 / 30 puntos- sale segundo puede recibir el voto peronista no K en una segunda vuelta. Sin embargo, con las imágenes actuales de los principales dirigentes nadie tiene garantizado el escenario de las elecciones. La economía marca un rumbo y una obligación, pero la clave es que tanto el oficialismo como la oposición deben analizar cómo construir el partido del ballotage, cómo lograr consensos y construir frente político para ganar en una segunda vuelta”. Por eso planteamos que hoy es visible un escepticismo político, ya que la situación aún no ha decantado en un pesimismo que permitiera vislumbrar a quién los electores (al menos una primera minoría) perciben como alternativa a Cambiemos (ya sea para reemplazarlo en el gobierno o al menos para expresar un voto castigo). Con todo, sí tenemos una referencia reciente para ver quién tiene ventajas comparativas al respecto: si tomamos en cuenta el resultado electoral del 2017, vemos que Cambiemos alcanzó 42% de los votos nacionales y CFK y sus aliados 24%, contra apenas 9,5% del peronismo no K: ese resultado pone a la ex presidenta en la «pole position» para disputar la representación opositora de cara al 2019.

Si esos números de 2017 se mantuvieran en 2019, Cambiemos vencería en primera vuelta. Pero el punto clave es que las encuestas recientes (que no miden intención de voto, sino opinión electoral) muestran que ese panorama cambió en estos meses. Según el estudio nacional del consultor Hugo Haime que repasamos en este blog en abril, Cambiemos rondaba el 35,4% (por debajo del 42% logrado en 2017 y en el mismo orden de magnitud del voto de Macri en la primera vuelta del 2015), CFK el 28,2% (por encima del 24% obtenido en 2017) y un frente entre el massismo y el PJ antiK 12,2%; para más datos, Alberto Rodríguez Saá, aliado de CFK, alcanzaba en ese estudio un 3,8%, caudal que probablemente se sumaría (sino todo, al menos en parte) al de la ex presidenta. Esa “foto” mantiene a CFK como la opositora con más chances de contender con Cambiemos y forzar un ballotage. Una encuesta nacional posterior (abril) realizada por la Consultora de Imagen y Gestión Política (CIGP) ubicó a Macri con 34,53% contra el 24,32% de Cristina Kirchner y a Massa con 5,41% (como figura alternativa de Cambiemos, María Eugenia Vidal alcanzaba en ese estudio 11,41%). Aun con matices, ese estudio confirmaba al oficialismo con prácticamente el mismo caudal que en primera vuelta del 2015 y a CFK y a Massa con el mismo caudal que en las legislativas de medio término de 2017; con esa foto, nuevamente sólo CFK podría forzar un ballotage (Massa quedaría muy lejos) y la representación opositora se mantendría en los mismos términos del año pasado. Sin embargo, estas dos mediciones fueron antes de la “semana negra” que vivió el gobierno entre fines de abril y principios de mayo (y que, en rigor, no se sabe si ha terminado). Un estudio nacional posterior, realizado entre el 4 y el 7 de mayo por la consultora Gustavo Córdoba y Asociados sobre una muestra de 1.200 casos recolectados vía IVR, situó el acuerdo con una reelección de Macri en 2019 en apenas 23,4% (ver datos arriba; click para agrandar), es decir en el mismo orden de magnitud del voto obtenido por el actual presidente en las PASO de 2015 (24,5%). Esto pone al desgaste del oficialismo en otra dimensión, ya que el acompañamiento a una reelección del presidente se ubica 10 puntos porcentuales debajo de la aprobación de su gobierno (34,2%), la cual a su vez está casi 30 puntos porcentuales por debajo de la desaprobación, que trepa a casi el 64% (63,5%), con un núcleo duro de desaprobación total de casi 48% (47,9%; ver datos abajo, click para agrandar). Como apunta el informe de la consultora, si la elección presidencial fuera hoy, “estos números garantizan una segunda vuelta”. Dato clave: el estudio fue realizado antes del anuncio de que el gobierno busca un acuerdo con el FMI, suceso que podría suponer un desgaste adicional, en función de algunos estudios al respecto que serán materia de análisis en las próximas entradas.

 

Fuente: Clima de Opinión.