NOTA DE OPINIÓN

La demagogia o los populismos como tales, son una deformación de los gobiernos populares. Son la forma corrupta de aprovecharse de los problemas de un pueblo para instalar modelos políticos que promocionan y cristalizan la pobreza.

Conforman la ideología de los mediocres que no son capaces de construir un proyecto común que incluya a todos desde la promoción de las mejores capacidades para beneficios de todos.

En la vereda de en frente, aparecen los anti demagogia que, en nombre del déficit fiscal, del eficientismo económico (no social) de las decisiones públicas, la tecnocracia (ahora la ceo-Cracia), impulsan un modelo político que promueve la polarización entre ricos, cada vez más ricos, y sectores populares, cada vez más condicionados en su poder adquisitivo (constituido por una gran clase media).

Un modelo encaramado en el pensamiento del libre mercado, la apertura, primero al mercado financiero y después a «las inversiones» que suelen ser cualquier cosa menos productivas, y que necesitan un Estado pequeño, en lo posible que no moleste.

La rentabilidad económica se vuelve el objetivo, aunque los números de la economía no cierren con todos adentro. Y cuando eso ocurra, serán esas mismas voces las que planteen el sinceramiento económico y de consumo procurando convencer al argentino medio que está mal acostumbrado al pretender tener una obra social, una jubilación digna, un trabajo bien pago, vacaciones anuales, auto y tv por cable.

Uno y otro modelo ponen al hombre en condiciones de debilidad, ya sea por dependencia de un modelo de consumo subsidiado o por ausencia de un plan de desarrollo y progreso que lleva indefectiblemente a la recesión para bajar la inflación.

Es preciso pararse en la experiencia vivida, simplemente para recordar que estas falsas antinomias ya fracasaron en la Argentina.

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