ECONOMÍA
José Gangi
Edición y Análisis de informes
La década de 1990 comenzó signada por una hiperinflación que el país arrastró durante todo el decenio anterior, cerrando el primer año noventoso con una variación interanual, de diciembre de 1989 a diciembre de 1990, del índice de precios al consumidor de 1.343,9%.
En ese escenario, la demanda de estabilidad económica era un clamor. Quien lograra cabalgar la inestabilidad de los precios, la volatilidad de la moneda y las certezas de cara al futuro podría construir un imperio político sin demasiados sobresaltos.
A partir de dichas condiciones, un 27 de marzo de 1991, por iniciativa del ministro de Economía de la Nación Domingo Cavallo, el Congreso aprobó la Ley de Convertibilidad que regiría hasta el 6 de enero del 2002.
Esa ley establecía una relación fija entre la moneda nacional y el dólar. Primero fue de 10.000 australes por cada dólar y luego de 1 peso por cada unidad de moneda estadounidense. Esta medida estaba sustentada en la imposibilidad de emitir si no se contaba con unidades de dicha divisa extranjera de respaldo.
En ese momento, Consultora Delfos encuestó a 376 cordobeses mayores de 15 años de la capital provincial en diciembre de 1991 sobre cómo calificaban la situación económica de ese año comparada con la de 1990, por qué la evaluaban de esa forma, qué expectativas tenían de cara a 1992 y a qué político destacaban por su gestión.
Respecto del primer punto, el 55,1% de los cordobeses afirmó por entonces que la situación económica de 1991 era mejor que la del año precedente, un 25,8% dijo que era igual y sólo un 19,1% que la situación había empeorado.
La principal razón que esbozaron los cordobeses para justificar esta percepción de mejora fue “la estabilidad de los precios”, con el 53,6% de las menciones. En el caso de los que afirmaron que la situación había empeorado, las razones principales fueron “la caída de los salarios” (23,7%) y “la reducción de las fuentes de trabajo” (22,0%).
Tanto las percepciones de quienes calificaban la situación de forma positiva como aquellos que la percibían de manera negativa estaban alineadas con el contexto. En diciembre de 1991, la inflación interanual respecto de diciembre de 1990 fue de “sólo” 84%, menos del 10% que el año anterior. Por otro lado, las estadísticas del Ministerio de Trabajo de la Provincia mostraban un incremento en los despidos (412 más que el año anterior), de las reducciones de jornadas (2.404 más que en 1990) y de suspensiones (2.688 más que durante el precedente año).
En esas condiciones, las expectativas de los cordobeses de cara a 1992 eran primordialmente buenas, ya que un 55,3% afirmaba que el año entrante sería mejor, un 19,9% decía que sería igual, un 14,7% no se animaba a hacer ningún pronóstico y sólo un 10,1% afirmaba que sería peor.
Otro dato que vale la pena rescatar es la valoración que los cordobeses hacían de los principales funcionarios nacionales en ese contexto. Entre Carlos Menem, presidente electo desde 1989, y Cavallo, su ministro de Economía oriundo de esta provincia, los cordobeses ponderaban al segundo por encima del primero. Este dato, tal como aseverábamos antes, da cuenta de la primacía que poseía la estabilidad económica en el orden de prioridades de los comprovincianos en ese momento.
Toda la expectativa que ese comienzo de década atado a la convertibilidad generaba entre los cordobeses se fue diluyendo al correr el decenio de la mano del crecimiento de algunos de los principales problemas que los cordobeses ya identificaban en 1991, como la falta de puestos de trabajo y la caída de los salarios. Para 2001, sólo un 18% esperaba que 2002 fuera un mejor año.
En síntesis, la hiperinflación que azotó a los argentinos desde 1975 a 1990 (intensificada a niveles extravagantes durante los últimos años del período) configuró un escenario en el que la convertibilidad se convirtió en un bálsamo aclamado por las multitudes. Una vez instalada, las apreciaciones de la coyuntura y las expectativas mejoraron sustancialmente y, con ellas la imagen de su mentor, Cavallo.
Sin embargo, ya por entonces algunos cordobeses y las cifras oficiales del Ministerio de Trabajo de la Provincia comenzaban a identificar puntos flacos de la reestructuración económica que terminarían por generar (junto a otros factores como el sobreendeudamiento y la destrucción de la matriz productiva) una de las crisis más importantes de la historia argentina en 2001 y el fin del plan de convertibilidad el 6 de enero de 2002.