NOTA DE OPINIÓN

El discurso político de Javier Milei irrumpió en la escena nacional con una fuerza disruptiva que logró interpelar a vastos sectores de la sociedad argentina. Su narrativa contra la “casta” y su promesa de encarnar un cambio radical le dieron identidad, potencia y legitimidad electoral.

Esta posición le permitió convertir la frustración en la que había caído el pueblo argentino en expectativa, bajo una nueva modalidad persuasiva: ser genuino y decir lo que se piensa.

De este modo, el pedido de sacrificio que hizo al comienzo de su mandato encontró rápidamente respuesta en una gran porción del electorado que prefirió priorizar el nuevo vínculo y dejar de lado o justificar sus formas irrespetuosas y discursos descalificadores.

Esta novedosa relación de la sociedad argentina con la política se ordenó en torno a esta nueva épica y, temporalmente, a dos momentos: el de los enunciados y el de los resultados.

Cuando Milei planteo a fines de 2024 que lo peor ya había pasado y que a partir de allí serían todas buenas noticias, la sociedad cambio de momento y se dispuso a comenzar a disfrutar y reformar sus creencias, a partir de los resultados de ese sacrificio. Para la gran mayoría esto no está ocurriendo.

Por eso, a medida que avanzó su gestión, esos pilares retóricos comenzaron a perder eficacia política. No se trata solo de un desgaste por el transcurso del tiempo, sino también, por contradicciones internas que debilitan la coherencia de su relato.

1. El desvío del discurso anti casta

El corazón del mensaje mileísta se basó en la idea de enfrentar a una élite privilegiada que vivía a expensas del pueblo. Pero esa bandera se desdibuja frente a hechos concretos: el intento de nombrar a Ariel Lijo en la Corte Suprema, la incorporación de figuras históricamente ligadas a la “casta” —como los Menem o Toto Caputo— y el hecho de que el ajuste económico no recayó sobre los sectores privilegiados sino sobre los más vulnerables, en particular jubilados y personas con discapacidad. De esta manera, la narrativa anti casta se volvió contradictoria, perdiendo fuerza como bandera moral y política.

2. La transparencia en cuestión

Milei construyó parte de su legitimidad sobre la base de acusar a sus adversarios —principalmente el kirchnerismo— de corrupción, presentándose a sí mismo como adalid de la transparencia. Sin embargo, los episodios en torno al caso Libra o los audios comprometedores que afectan a su entorno, generan dudas.

No necesariamente lo implican directamente, pero sí involucran a su círculo más cercano, al cual respalda. Esto erosiona la distancia moral que buscaba marcar frente a “los chorros K” y vuelve borroso el contraste que tanto le sirvió en campaña.

3. La estabilidad sin bienestar

El gobierno logró cierta estabilidad económica en términos de inflación y orden macroeconómico. Pero ese nuevo estatus no se tradujo en capacidad de consumo ni en alivio cotidiano para las familias.

Con precios menos desbordados, muchos hogares igualmente no llegan a fin de mes y, lo que en principio podía exhibirse como un logro, se percibe ahora como un orden estéril, incapaz de resolver hasta la urgencia de “poder comer”.

La desconexión entre indicadores macro y realidades micro mina la eficacia del discurso oficial.

4. El sacrificio sin horizonte

Milei apeló desde el inicio a la retórica del sacrificio, convocando a la sociedad a soportar las dificultades actuales en pos de un futuro mejor. Pero cuando los sacrificios no muestran resultados tangibles que mejoren las expectativas sociales, esa narrativa pierde sentido.

La paciencia ciudadana tiene límites, y la ausencia de beneficios concretos vuelve el discurso de sacrificio una promesa vacía, incapaz de sostener adhesiones a largo plazo.

De este modo, el discurso político de Javier Milei que fue inicialmente un arma poderosa que movilizó adhesiones y generó identidad, hoy enfrenta una crisis de efectividad ya que se fue erosionando por contradicciones entre las palabras y los hechos, por la falta de resultados visibles en la vida cotidiana y por un desgaste simbólico que desnuda las tensiones entre relato y realidad.

Es por esta misma razón que, a pesar de pretender recuperar la centralidad política con un nuevo presupuesto con mejoras para sectores vulnerables o la baja de la retención hasta fin de mes, aumentan las contradicciones y queda en evidencia la falta de efectividad en términos del efecto político buscado.

Si el gobierno no logra recomponer la coherencia de su narrativa con acciones concretas, el riesgo es que el discurso que lo llevó al poder se convierta en la evidencia palpable de su declive político.

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