NOTA DE OPINIÓN

En un escenario económico y social en franca caída, muchas veces la sociedad elige a alguien con poder.  Esa elección cobra más sentido si la gente percibe que existe una oposición que nunca pudo resignificar el concepto “cambio”, más allá de responder al odio o al rechazo político. 

Esto ocurrió en 2003, cuando Eduardo Duhalde, en ese momento jefe político del conurbano, le transfirió poder a Néstor Kirchner en un contexto de crisis total, quien desde el total desconocimiento logró ser el segundo candidato más votado detrás de Carlos Menem.

También pasó en 2007, cuando Cristina Fernández se convirtió en la depositaria del apoyo de su marido y presidente de entonces, Néstor Kirchner, frente a un pedido de cambio que no logró materializarse en una propuesta opositora política y de poder.

En 2015, Mauricio Macri sorprendió en las PASO dándole cuerpo al cambio latente que rápidamente se articuló con sectores de poder de cara a las elecciones generales, permitiéndole a la sociedad dar el paso.

Cuando se señala “a alguien con poder”, hacemos referencia a un referente “con poder para gobernar un país en crisis y evitar que se convierta en una anarquía”; con poder para sentarse a negociar con otros poderes; con poder para moverse de cara a un futuro incierto.

Motivadores del voto

En octubre se pasó del voto castigo de agosto, puramente emocional, hacia un voto más pensado, más racional. Se evaluó el voto no desde la pura pasión sino desde la conveniencia, la utilidad, la repercusión real del sufragio y la búsqueda de alguien que pueda mostrar poder (punto de partida de las certezas).

En esa línea ganó espacio Massa. Según estudios propios de Consultora Delfos, la sociedad le reconoce “buenas habilidades para negociar, para moverse, con cintura política, cualidades necesarias para ser presidente de Argentina”. Lo ven como un candidato con buenos vínculos con organismos internacionales y otros países, un punto a favor para la próxima etapa.

La mayor crítica que se le hace al candidato oficialista es no poder resolver la situación económica. No obstante, lo cierto es que ninguno de los otros candidatos pudo convencer al electorado de que sí podían hacerlo. Se quedaron en consignas políticas, declamaciones generales o agresivas hacia otros dirigentes.

Claramente, la realidad social y económica terminó teniendo mayor peso que otros factores políticos, como el anti-kirchnerismo o el enojo.

La paradoja resulta del hecho de que el deterioro de las condiciones del país tiene como autor directo a la misma persona que, con cierta habilidad, puede llegar a tener la posibilidad de frenar la profundización de la crisis.

Massa quedó a poco menos de 14 puntos de lograr el esperado 50 por ciento que lo coloque en el Sillón de Rivadavia. Unos tres puntos los puede obtener del caudal de votantes duros peronistas de Córdoba.

El actual ministro de Economía deberá demostrar poder y capacidad para presidir el país. Milei, por su parte, tendrá que construir una imagen de poder buscando apoyos que seguro estarán dentro de la casta que él mismo combatió. El tema para el candidato libertario será manejar la incoherencia política, con un discurso lleno de contradicciones, en un inevitable y persistente deterioro de la economía de los argentinos.

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