POLÍTICA

Luis Dall'Aglio
Director
Una rápida mirada sobre la experiencia con las elecciones PASO desde su creación por ley en 2009, permite arribar a algunas conclusiones, y arriesgar una posición respecto de su eliminación o no, tal como hoy se plantea desde algunos sectores de la política nacional.
Por un lado, si se analiza la participación, siempre concitaron una alta concurrencia. En promedio, el 74 por ciento de los argentinos asistieron a la convocatoria electoral. A su vez, hay que marcar que en 10 años la participación cayó casi 11 puntos, si se hace una observación lineal.
Pero si se compara en función de la naturaleza de cada elección (para comparar Peras con Peras), las presidenciales cayeron en el mismo período, el 2,26 por ciento, y en el caso de las legislativas, un nueve por ciento.
Resulta importante remarcar esto porque dicha conducta muestra que, a pesar del enojo con la política, la sociedad ratifica su compromiso cívico con la democracia y entiende que el voto no solo es una herramienta para elegir (o seleccionar) candidatos, sino también para condicionar la realidad política sobre la que, en caso contrario, solo tienen poder los políticos.
Eso se explica por la forma en que la realidad política fue cambiando desde la existencia de las PASO. En estos años, por el escenario nacional, fueron cambiando los gobiernos, vieron condicionado su poder y se obligaron a ratificar rumbos.
Así, la dirigencia se enfrentó a un mecanismo de control sistemático cada dos años en los que el poder político debe pasar por las urnas para revalidar su legitimidad en función de lo hecho hasta ese momento. Esto es, mientras para la política las PASO son una forma de resolver internas, para la sociedad también una instancia de corregir rumbos. Sobre todo, para corroborar que las promesas de campaña se cumplan.
Las PASO son, entonces, también una herramienta que tiene la sociedad para controlar el rumbo de las gestiones. Aparece como un error entender que las PASO son un gasto, sobre todo, si la sociedad -con su amplia participación en esos comicios a lo largo de los años- pareciera no considerarlo así; es invertir en más Democracia.
Los que quieren eliminarla utilizan este argumento (nadie puede querer que la gente no vote), porque –pareciera- les molesta el control social de los ciclos políticos.
A su vez, sólo basta observar el derrotero de la política desde que las PASO se crearon por ley en 2009.
En 2011 Cristina consagró su candidatura presidencial por más del 50 por ciento de los votos. Algo que posteriormente fue ratificado en la elección nacional con el 54 por ciento de los votos. La sociedad acompañó contundentemente la situación política del país.
Es cierto que también llevó a la ex presidente a creer que ese triunfo era un empoderamiento absoluto al lanzar la consigna “ahora vamos por todo…”, sin entender que el poder está en el voto y su capacidad de legitimar o no a los dirigentes.
Por eso, tan solo dos años después en las elecciones legislativas del 11 de agosto de 2013 el Frente para la Victoria cayó poco más del 20 puntos en el acompañamiento electoral. Cierto es, que se trató de elecciones distintas (una fue presidencial, esta legislativa), pero en favor de los comicios de medio término hay que señalar que se convierten en una instancia muy importante porque es el momento en que se equilibran las fuerzas en el Congreso.
Pero también esa elección marcó el comienzo de un proceso de fragmentación de la oferta electoral marcando la debilidad representativa de la política y la creación de nuevas coaliciones (más electorales que de gobierno) que obligó a la política a buscar acuerdos para ingresar en la sintonía de la población.
Mauricio Macri se sorprendió cuando en 2015 su fuerza logró un resultado que, entre otras cosas, consagró a María Eugenia Vidal como gobernadora de la provincia de Buenos Aires, y posteriormente a él en la Casa Rosada.
Pero su legitimidad se evaporó rápidamente, hecho que quedó plasmado en las PASO de 2019 para presidente, y consagró una nueva versión del Frente de Todos, que a esta altura, también está en crisis. Alberto Fernández y Cristina Fernández sintieron en carne propia el peso del voto castigo de los comicios en setiembre del año pasado.
Las elecciones están marcando hace tiempo, que la sociedad «usa» los comicios más que para elegir, para descartar figuras que ya no tienen utilidad para sus intereses. Esto es, con el voto busca desarmar un andamiaje de poder que llevó a la Argentina a una crisis general.
Es cierto: entre 2013 y 2021 pasaron por el escenario político distintas figuras que se repiten pero que, cada vez tienen menos margen, que se expresa en los cortos períodos de vigencia y legitimidad en el poder.
Eliminar las PASO se constituiría en el triunfo de la mediocridad política sobre la Democracia, que le quitaría a la sociedad, precisamente, la posibilidad del protagonismo político que al poder le molesta tanto.